Situación económica y social del virreinato de Nueva
España
La sociedad novohispana estaba dividida en varios estratos, cuya posición
estaba condicionada por cuestiones de orden económico, cultural y político. Una
de ellas era su papel respecto a la posesión de los bienes económicos. Había un
grupo muy pequeño de personas que controlaban la mayor parte de la riqueza, mientras que la gran parte de la
población era pobre. Los pueblos indígenas debían pagar un tributo al gobierno y
estaban sujetos a un régimen de autoridad que, por ambiguo, provocaba numerosos
enfrentamientos entre españoles peninsulares, criollos y mestizos. Muchos de estos
enfrentamientos tenían relación con cuestiones agrarias, como por ejemplo la
tenencia de la tierra y el control del agua.A lo largo de los tres siglos de dominio español hubieron varios estallidos
sociales en la Nueva España, entre ellos la rebelión de los pericúes de
1734 a 1737 en Vieja California,
la rebelión
de 1761 de los mayas,
encabezada por Jacinto
Canek[4]
y las rebeliones de los seris y los pimas en Sonora a
lo largo de todo el siglo XVIII.
Como un corolario de los múltiples orígenes de la población de Nueva España
surgió el sistema de "castas". Estos grupos estaban caracterizados
por el origen racial de sus integrantes, encontrándose en la cúspide los
españoles, y entre ellos, los europeos. La combinación entre españoles, indígenas y africanos
dio como resultado un número de grupos cuya posición estaba determinada por la
cantidad de sangre española que poseían. El sistema aspiraba a mantener la supremacía de la
sangre española, y aunque nunca tuvo base legal, no siendo más que una
nomenclatura aceptada, reflejó la división y la exclusión existente en la Nueva
España, donde los grupos no españoles ocupaban un lugar marginal en el
sistema social.
El pilar de la economía colonial de Nueva España era la minería, particularmente la explotación de oro y plata. Durante el siglo XVIII la producción minera vivió
una de sus mejores épocas. Como resultado, la producción de oro y plata se
triplicó en el período de 1740 a 1803. La bonanza era tan grande, que la mina
llamada La
Valenciana, en el estado de Guanajuato, llegó a ser considerada la operación
minera de plata más importante del mundo. Al finalizar el siglo XVIII, Nueva
España producía más de 2 500 000 de marcos de plata, y sus principales regiones
mineras eran Guanajuato, Zacatecas
y el norte de la intendencia de México. La importancia de la minería para la
economía novohispana era tal que Carlos III reconoció al Cuerpo de
Minería de Nueva España en 1776; un poco más tarde, permitió el establecimiento
del Real
Tribunal de Minería, así como también del Colegio de
Minería.
El apogeo de la explotación minera favoreció el desarrollo de otras
actividades económicas, particularmente el comercio y la agricultura. Por ejemplo, la creciente importancia
de Guadalajara y El Bajío
se debía a su relación con los minerales de Zacatecas y Guanajuato. Dado que la
exportación de plata y oro constituía el nodo de la economía novohispana, en
torno a esta actividad creció un complejo sistema que consolidó al grupo de
comerciantes peninsulares, pero que también permitió la ascensión de un poderoso
grupo criollo. Este grupo estaba concentrado en los consulados de México y
Guadalajara, que constituyeron la pieza fundamental en la circulación de capitales en el territorio novohispano.
El poder económico de los consulados respaldaba su capacidad de representación
política, gestión y cabildeo.
La economía novohispana entró en crisis a final del siglo XVIII, período que
coincide con las reformas
borbónicas adoptadas por la Corona. Las reformas tenían por objeto
modernizar la administración de las colonias y hacer más rentable la explotación
de sus recursos, porque en Nueva España había una escasez de capitales en
circulación debida al monopolio sobre la plata ejercido por los comerciantes y
por la propia política financiera de la metrópoli.Una parte importante de las rentas derivadas de la explotación de las colonias
no llegaba a las arcas reales, repartiéndose entre distintas corporaciones de
acuerdo con los arreglos antiguos entre la Corona y estos grupos.
Ciertamente, la reforma afectó los intereses de las clases más privilegiadas. Al
establecerse además el libre comercio entre las colonias, creció el poder
económico y político de los criollos y los mestizos que comenzaron a ocupar
también más espacios en la administración colonial.
En las últimas décadas del siglo XVIII, Nueva España estaba en bancarrota a
causa de la expoliación de sus finanzas por parte de la metrópoli.
Paradójicamente, fueron los miembros de la élite económica —muy golpeada por la
política económica de la monarquía— los que apoyaron el golpe de Estado contra
el virrey José de Iturrigaray en 1808, cuando el Ayuntamiento de México intentó ejercer la
soberanía en ausencia del rey de España
Patriotismo criollo en Nueva España y expulsión de los
jesuitas
La segunda mitad del siglo XVIII fue escenario de un movimiento de
reivindicación patriótica por parte de los criollos en Nueva España.
Este fenómeno es una respuesta al dominio peninsular en la vida del virreinato,
tanto en el campo económico, como en el político, el social y el cultural. Los
protagonistas de este movimiento eran miembros del pequeño grupo de personas que
tenía acceso a la educación.
En la sociedad novohispana esto era posible sólo a través de los
establecimientos eclesiásticos, pues la Iglesia era la única institución que
prestaba este servicio. Por lo tanto, este grupo estaba integrado notablemente
por religiosos.
El nacionalismo criollo de Nueva España ensalzó al virreinato frente a las
afirmaciones de los peninsulares por las que se pretendía justificar el dominio
español en las tierras americanas. La pugna ideológica entre España y América no era nueva, tiene su origen en la Conquista
misma. Lo diferencia a aquellos primeros contactos de los hechos que tuvieron
lugar durante el siglo XVIII es que son los criollos los que toman la defensa de la tierra de la
que son nativos. Al hacerlo, reivindican un pasado del que se proclaman
herederos por el hecho de compartir el espacio, aunque la civilización mesoamericana no es antecedente
directo de la sociedad novohispana del XVIII ni son indígenas los que
defienden con orgullo su historia y su territorio ancestral.
Varios de los representantes del nacionalismo criollo novohispano eran
miembros de la Compañía de Jesús. En el siglo XVIII esta congregación
desempeñaba una importante labor en la evangelización de los indígenas del norte
del virreinato.
A la par de esta obra, produjeron un conjunto de documentos que dan cuenta de
pueblos que hoy se encuentran extintos. La importancia de la Compañía en la vida
de Nueva España radicaba en su gran actividad a favor de la cultura, tanto a
través de la educación como en la producción y difusión del conocimiento.Esta actividad le permitió establecer una red de relaciones que involucró a la
Compañía en otras esferas, especialmente con miembros de la élite agrícola,
comercial y minera.
A la salida de los jesuitas, fueron sus pupilos los que retomaron el impulso
renovador de la Compañía. Entre ellos se puede señalar al astrólogo Antonio
de León y Gama, al físico José Mariano Mociño, al filósofo
Benito
Díaz de Gamarra y al enciclopedista José Antonio Alzate.
Un importante número de personas adheridas a la Real Sociedad Vascongada de
Amigos del País eran familiares, alumnos o patrocinadores de miembros de la
Compañía. Esta corporación adquiere importancia en la historia novohispana
porque ayudó a conservar el espíritu renovador de los jesuitas y favoreció la
difusión de la Ilustración en Nueva España. A través de los miembros de este
grupo, los jesuitas pudieron mantener contacto con el país del que fueron
desterrados y eventualmente pudieron volver cuando la colonia accedió a su
independencia.
El estilo de trabajo de la Compañía de Jesús puso en alerta a varios gobiernos
europeos, tanto por su apoyo al papado como por su actividad intelectual y las
alianzas que habían establecido. Los jesuitas fueron expulsados de varios
territorios durante la segunda mitad del siglo XVIII, incluyendo los dominios
españoles por la Pragmática Sanción de 1767.
Esto no sólo implicó la salida de miembros extranjeros de la congregación, sino
el destierro de numerosos criollos. Algunos autores opinan que la expulsión de
los jesuitas es la primera afrenta de los monarcas españoles hacia sus súbditos
americanos.
Algunos de los jesuitas desterrados habían sido figuras centrales de ese
movimiento intelectual que reivindicó a Nueva España frente a su metrópoli y que
llegó, incluso, a proponer la necesidad de emancipar a la colonia. Uno de ellos
fue Francisco Xavier Clavijero, que tuvo
que publicar su Historia antigua de México
en Italia y en el idioma de ese país. En
esa obra Clavijero emprende una amplia defensa de América frente a Europa,
comenzando por las cuestiones naturales y concluyendo con la reafirmación de
todos los americanos a través de la reivindicación del pasado indígena.
En este movimiento, Clavijero como otros criollos novohispanos rechaza que sus
declaraciones estén influidas por otra "pasión o interés […] que el amor a la
verdad y el celo por la humanidad" y asume decididamente la defensa de los
indígenas, con los que no tiene lazos consanguíneos "ni podemos esperar de su
miseria ninguna recompensa". La aparición de la Historia antigua
de México puso a los intelectuales de Nueva España ante un pasado tan
glorioso como el de la Antigüedad europea que favoreció el arraigo del
sentimiento patriótico y también las reivindicaciones de igualdad de derechos
entre españoles peninsulares y españoles americanos.
Las consecuencias de la expulsión de la Compañía de Jesús no se
circunscribieron únicamente a cuestiones ideológicas. En varios puntos de Nueva
España hubo manifestaciones de rechazo a esta medida tomada por la Corona. El
virrey Carlos Francisco de Croix envió a
José Gálvez con quinientos soldados a contener la oposición en ciudades como Guanajuato, San Luis de la
Paz, Pátzcuaro, Uruapan, Valladolid y San Luis Potosí. En Guanajuato fueron
decapitados los promotores de la oposición
Los dominios españoles en América ante la ocupación de la
metrópoli
Aunque aparentemente no hubo ningún cambio en la organización y los vínculos
entre España y sus dominios ultramarinos en América, en realidad en cada una de
las colonias había una discusión sobre quién era el verdadero soberano de las
tierras americanas. El problema era que, nominalmente, la soberanía de los
dominios españoles radicaba en el titular de la Corona de España. No había una
claridad sobre la posición que se debía guardar ante la ocupación extranjera de
la metrópoli. Para algunos, la opción era reconocer al gobierno francés de
ocupación. Para otros, la soberanía radicaba en Fernando VII, y por lo tanto, no
estaban dispuestos a reconocer a Bonaparte como soberano. Y había un tercer
grupo, influenciado por las ideas de la Ilustración y la reciente independencia de Estados
Unidos, para quienes la opción era la separación de las colonias de su
metrópoli. Estos facciones estaban formados sobre todo por los miembros de las
clases altas y medias, es decir, por españoles peninsulares, criollos y algunos
mestizos —muy pocos— que habían llegado a ocupar algún cargo en la estructura de
poder colonial.
En varias ciudades americanas se formaron Juntas de Gobierno,
cuyo propósito fue conservar la soberanía en sustitución del legítimo rey de
España y hasta que Fernando VII fuera reinstalado en el trono, entre ellas la Junta de
Montevideo en 1808, la Junta Tuitiva de La Paz en 1809, o la Junta de Quito
en 1809.
Casi todas ellas tenían su origen en la estructura municipal, una de las
instituciones de gobierno más arraigadas en el mundo hispánico, y casi todas
fueron dominadas por criollos ilustrados pues en su gran mayoría los españoles
peninsulares se oponían a la formación de gobiernos soberanos.
Inicio de la
guerra (1810-1811)
La etapa de inicio de la Guerra de Independencia de México corresponde al
levantamiento popular encabezado por Miguel Hidalgo y Costilla.
Descubiertos por los españoles, los conspiradores de Querétaro no tuvieron otra
alternativa que ir a las armas en una fecha anticipada a la que planeada
originalmente. Los miembros de la conspiración se hallaban sin una base de apoyo
en ese momento, por lo que Hidalgo tuvo que convocar al pueblo de Dolores a sublevarse en
contra de las autoridades españolas el 16 de septiembre de 1810. Los insurgentes avanzaron rápidamente hacia las
principales ciudades del Bajío y luego hacia la capital de Nueva España, pero en
las inmediaciones de la Ciudad de México retrocedieron por orden de Hidalgo. Los
siguientes encuentros entre los insurgentes y el ejército español —llamado
realista— fueron casi todos ganados por estos últimos. Los desencuentros entre
Hidalgo e Ignacio
Allende, que estaban a la cabeza de la insurgencia, aumentaron después de
las derrotas.
Los sublevados tuvieron que huir hacia el norte, donde esperaban encontrar el
apoyo de las provincias de esa región que también se habían lanzado a las armas.
Los líderes de la insurgencia fueron capturados en Acatita de Baján (Coahuila). Una vez arrestados fueron
conducidos a Chihuahua. En esta ciudad fueron
fusilados Hidalgo, Jiménez, Allende y Aldama, cuyas cabezas fueron enviadas a
Guanajuato para que fueran expuestas en las esquinas de la alhóndiga de Granaditas.
Características del movimiento insurgente de 1810
1811
Entre 1785 y 1786, en Nueva España se había producido una de las crisis
agrícolas más grandes de su historia, provocando una hambruna en la que murieron cerca de 300 000 personas.
Entre 1808 y 1809 una grave sequía en El Bajío había reducido las cosechas, por
consiguiente los alimentos habían cuadruplicado sus precios. Por otra parte, las
guerras en Europa habían provocado escasez y desempleo. Ante esta situación los campesinos
vieron en Hidalgo a un líder que podría conducirlos a una vida mejor. Fue así
que los insurgentes lograron conseguir adeptos rápidamente.Contaba además con los refuerzos que
pudieran proveerle Allende y Mariano Abasolo, oficiales del Regimiento de
Dragones de la Reina en San Miguel el Grande.
Constitución de
Apatzingán
En contraste, el 15 de junio de 1814 el Congreso de Anáhuac terminó de
redactar el Decreto
Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, mejor conocido
como la Constitución de Apatzingán.
Fue proclamada el 22 de octubre y estaba dividida en dos títulos: principios o
elementos constitucionales y forma de gobierno, la cual se sustentó en tres
poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Fueron tres miembros en los que
recayó el Poder Ejecutivo: José María Liceaga, José María Cos
y José
María Morelos. A pesar de que a este último se le había retirado del cargo
político en 1813, nuevamente se le confirió el puesto, pero esta vez, para
ejercerlo de forma compartida. Sin embargo, el decreto constitucional impedía a
los miembros del Ejecutivo mandar tropas y solamente podían ejercer acción
militar bajo circunstancias extraordinarias y con el correspondiente permiso del
Congreso. De esta forma, el siervo de la nación entró en un período de
aletargamiento militar.
Después de la promulgación de la Constitución de Apatzingán, Vicente Guerrero fue
designado para emprender nuevamente la campaña en Oaxaca, aunque al principio no fue reconocido por Ramón
Sesma que se encontraba en Silacoayoapan y era fiel a Rosáins. El Congreso de
Anáhuac envió a Francisco Arróyave para sustituir a este último, pero lejos de
obedecer las órdenes, Rosáins lo mandó fusilar bajo el cargo de traición el 21
de diciembre de 1814 en un paraje del cerro Colorado conocido con el mote de la
Palma del Terror.Por otra parte, el insurgente Víctor Rosales logró
apoderarse de un cuantioso botín en el mineral de Pinos de Zacatecas. A finales de noviembre de 1814, el
realista Ciriaco del
Llano fue derrotado por Ramón López Rayón y Epitacio Sánchez
en Maravatío, pero casi al
mismo tiempo Agustín de Iturbide venció y liquidó a
Manuel Villalongín en Puruándiro. Con la finalidad
de prevenir cualquier desembarque de armas destinado a los insurgentes, la costa
de Nautla fue asegurada por el coronel
realista Manuel González de la Vega.
En marzo de 1815, Iturbide y Del Llano unieron sus fuerzas para atacar el
cerro del Cóporo, el cual estaba resguardado por Ignacio y Ramón López Rayón, el
ataque dirigido por los tenientes realistas Vicente Filisola, Juan José
Codallos, Pablo Obregón y Ramón de la Madrid fue repelido. Ese mismo mes, el coronel realista
Márquez Donayo sorprendió a Rosáins, Sesma, y Mier y Terán en Soltepec. Tras la frustración de la derrota, Rosáins
mandó realizar nuevos fusilamientos, pero sus excesos provocaron que sus
compañeros desconocieran su mando militar. En julio de 1815, después de una
derrota de los insurgentes en Jilotepec, Epitacio Sánchez
se acogió al indulto del gobierno virreinal. El 27 de julio, en Jamapa, Rosáins fue perseguido y vencido por los propios
insurgentes; una vez capturado se le remitió al Congreso de Anáhuac, pero se
logró fugar en las inmediaciones de Chalco y solicitó el indulto realista, el cual le fue
concedido por el virrey Calleja en octubre de 1815.En respuesta a las peticiones que
realizaron los comerciante de Cádiz a Fernando VII, un contingente de dos mil
realistas, al mando del brigadier Fernando Miyares y Mancebo, desembarcó en
Veracruz. Entre agosto y septiembre, Miyares comenzó su campaña en contra de
Guadalupe Victoria en Puente del Rey así como contra Manuel Mier y Terán en las
cumbres de Acultzingo.
Campaña del
Ejército Trigarante
El 16 de marzo, Iturbide envió dos cartas con copias del Plan de Iguala a
España. La primera fue dirigida al rey Fernando VII a quien invitó para
gobernar al reino de la América septentrional o Imperio Mexicano. La segunda fue
dirigida a los diputados de las Cortes españolas a quienes pidió aceptar de
forma pacífica la independencia de la Nueva España, advirtiéndoles que tenía un
ejército disciplinado listo para defender esta causa.
Antes de que el Ejército Trigarante (religión,
unión e independencia) iniciara su campaña, las tropas realistas
se encontraban comandadas por el coronel Samaniego en La Mixteca; el coronel Manuel de Obeso en Oaxaca; el coronel Zarzosa en San Luis Potosí;
el batallón Extremadura en Puebla; el brigadier Joaquín
Arredondo en las Provincias
Internas de Oriente; el mariscal de campo Alejo García Conde en las Provincias
Internas de Occidente; su hermano, el brigadier Diego García Conde con ayuda
del coronel Rafael Bracho en Durango;
el mariscal de campo José de la Cruz en Nueva Galicia; el brigadier
Pedro
Celestino Negrete en Colima; el
batallón Navarra en Zacatecas; el teniente coronel Manuel Rodríguez de
Cela con la ayuda de Miguel Barragán en Michoacán; el brigadier Domingo Estanislao
Luaces con la ayuda de José María Novoa en Querétaro y la Sierra Gorda; el coronel Francisco
Hevia en Córdoba; el capitán de fragata Juan Bautista Topete
cubriendo la costa de sotavento en Alvarado, Tlacotalpan y la sierra de Tuxtepec; el capitán Antonio López de Santa Anna
cubriendo la costa de barlovento; el capitán Carlos María Llorente en Tampico y la Huasteca potosina; el coronel José María
Calderón en Xalapa; el
capitán Juan Horbegoso en Veracruz;
y el coronel Agustín de la Viña en Perote.
Entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, firma
del acta de independencia
Tacubaya fue la residencia
temporal de Iturbide y O'Donojú. Fueron visitados por los miembros de la
diputación provincial, del Ayuntamiento, del cabildo eclesiástico, del
Consulado, así como por el gobernador de la mitra de Michoacán, Manuel de la
Bárcena, el oidor José Isidro Yáñez, y el obispo de Puebla Antonio Joaquín
Pérez, quienes aspiraban a formar parte del nuevo gobierno. De esta forma se
escogieron a los treinta y ocho miembros de la Junta Provisional Gubernativa,
pero no fue llamado ninguno de los ex insurgentes para tomar parte. Los días 22
y 25 de septiembre se efectuaron dos sesiones preparatorias. Del 21 al 24 de
septiembre, las tropas expedicionarias de España abandonaron la capital para
establecerse en Texcoco y Toluca, lugares donde
permanecerían hasta organizar su partida y embarque hacia La Habana. El día 24,
José Joaquín Herrera ocupó el Bosque de Chapultepec, el 25 entró a la
ciudad Vicente Filisola, y el 26 Juan de
O´Donojú.
El 27 de
septiembre de 1821, la división de
Filisola salió de Chapultepec para reunirse con el grueso de las tropas del Ejército
Trigarante en Tacuba. A las diez de la mañana, el jefe máximo encabezó
el desfile de entrada a la capital, avanzando por el Paseo Nuevo hasta la avenida
Corpus Christi, en donde se detuvo en la esquina del convento de San Francisco
bajo un arco triunfal. El alcalde decano José Ignacio Ormachea le entregó las llaves de la
ciudad. Desfilaron 16 134 efectivos, de los cuales 7 416 eran infantes,
7 955 dragones de caballería, y 763 artilleros, quienes transportaban 68 cañones
de diferentes calibres.Entre sus principales oficiales se
encontraban Agustín de Iturbide, Domingo
Estanislao Luaces, Pedro Celestino Negrete, Epitacio
Sánchez, José
Morán, Vicente
Guerrero, Nicolás
Bravo, Anastasio Bustamante, José Joaquín Parrés,
José Antonio de Echávarri,
José Joaquín de Herrera, Luis Quintanar, Miguel Barragán,
Vicente Filisola, José Antonio Andrade, Felipe de la
Garza, Manuel de Iruela, Antonio López de Santa Anna,
Gaspar López, Mariano Laris, y Juan Zenón Fernández. Una vez terminado el desfile, en la Catedral de México se celebró una misa
en la cual se entonó el Te
Deum, después Iturbide dirigió un discurso a la población.
México
surge a la vida independiente
Desde el nombramiento de los integrantes de la Junta Provisional Gubernativa fue
sintomático que no se encontrase ninguno de los antiguos líderes insurgentes. Se
convocó a la elección de diputados para el Congreso Constituyente. Ésta fue por
estamentos, lo que impidió una representación equitativa de las provincias. No
obstante, se logró formar un grupo heterogéneo. Durante la primera asamblea se
disputó la titularidad de la soberanía, la cual asumió el Congreso, provocándose
así un claro distanciamiento con la Regencia, de la cual Iturbide era el
titular.
En el seno del Congreso, sin existir propiamente partidos políticos, se
formaron básicamente dos grupos mayoritarios: los republicanos y los
iturbidistas, así como un grupo minoritario que anhelaba un régimen gobernado
por los borbonistas. El 18 de mayo, los iturbidistas —conformados por el alto
clero y miembros del Ejército Imperial— pidieron y obtuvieron la corona para
Agustín I, quien fue coronado el 21 de julio de 1822.
La reducción de impuestos y alcabalas produjo una crisis económica, los
sueldos del ejército no podían ser cubiertos. El Congreso propuso la disminución
de las fuerzas armadas. La oposición de los liberales contra el emperador se
exacerbó y una conspiración organizada para establecer la república fue
descubierta. En razón de esto varios diputados fueron arrestados.
Iturbide decidió disolver el Congreso el 31 de octubre, con lo cual el pacto
de unión establecido en el Plan de Iguala se rompió. Este despotismo fue increpado por Antonio López de Santa Anna el
6 de diciembre mediante el Plan de Veracruz. A pesar de que
Iturbide envió a José Antonio de Echávarri a
reprimir la sublevación, en febrero de 1823 se proclamó el Plan de Casa Mata,
al cual se unieron los antiguos insurgentes Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo y Vicente Guerrero. En solamente siete semanas,
las dieciséis diputaciones provinciales, ávidas de
obtener mayor autonomía, se adhirieron al nuevo plan. El 19 de marzo de 1823, el
efímero imperio terminó con la abdicación a la corona y el exilio de
Iturbide.
Se estableció un triunvirato conformado por Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo y Pedro
Celestino Negrete, cuyos suplentes fueron José Mariano de Michelena, Miguel Domínguez
y Vicente
Guerrero, dándose así el paso definitivo a la instauración del régimen republicano. La clase
política estuvo integrada por centralistas, cuyos principales promotores eran los
miembros de la logia masónica escocesa y por federalistas, cuyos principales
promotores eran los miembros de la logia masónica yorkina.
El 31 de enero de 1824 se aprobó el Acta Constitutiva
de la Federación Mexicana y el 4 de octubre la Constitución
Federal de los Estados Unidos Mexicanos de 1824, en cuya redacción
participaron Miguel Ramos Arizpe, Servando
Teresa de Mier, José Miguel Guridi y Alcocer,
Carlos María de Bustamante, Valentín Gómez Farías, Lorenzo de Zavala y
Manuel Crescencio Rejón, entre
muchos otros. Ese mismo año, la República mexicana se integró por diecinueve
estados (Yucatán argumentaría más tarde su incorporación como república federada), cinco
territorios y un distrito federal.
IMAGENES DE ALGUNOS PERSONAJES DE LA INDEPENDENCIA